ADIÓS JOSELÍN

La vida del padre José Andrés, conocido por todos como Joselín, se ha ido apagando en los últimos días como parte de este caos que nos ha obligado a cambiar rutinas y mantener las distancias.
Se nos ha ido en el peor momento para que su muerte pudiera convertirse en un homenaje de los cientos de antiguos alumnos del colegio Santísima Trinidad de Alcázar de San Juan para quienes el padre José, Joselín, fue mucho más que un maestro.
Aunque, conociéndolo él estaría encantado de haber escapado de homenajes y recuerdos, nunca los buscó, su vida ha sido siempre tan reservada y centrada en su trabajo que fácilmente huía de todo intento de ponerlo en el centro de algo, en todo caso, el único lugar en que siempre se ha sentido a gusto ha sido en las aulas y pasillos de su colegio.
Joselín era de Salamanca, de Aldeadávila de la Ribera, lo que llevaba siempre a orgullo para justificar su tesón, que rayaba la cabezonería. En 1954 formó parte del grupo de aspirantes que inauguró el Seminario Menor de Alcázar de san Juan, y desde ese momento Alcázar, el seminario y el colegio formaron parte de su vida y de su corazón. Nueve años después, tras estudiar la filosofía en Córdoba, vuelve a Alcázar para hacer su Profesión solemne, de ahí a Roma y tras concluir sus estudios de teología tiene su primer destino: profesor del Seminario menor trinitario de la Virgen de la Cabeza. Cuando el curso 1969-1970 se inaugura el colegio Virgen de la Cabeza de Andújar, Joselín forma parte del primer claustro de profesores; al año siguiente se inaugura el colegio de Valdepeñas y allí va también a poner fundamentos trinitarios como profesor del primer equipo docente. El curso 1973-1974 regresa a Alcázar, de donde ya no se moverá. 
Joselín fue, sencillamente, un maestro. Salvo en los años 1988 a 1991, que fue director de EGB, siempre prefirió ser uno más del claustro, mezclarse entre los alumnos a la entrada y salida del colegio, en el patio a la hora del recreo, en los pasillos entre clase y clase. Su humor castellano no era fácil de entender en medio de La Mancha, habría quien lo confundiera con expresiones propias de alguien huraño y amargado, pero curiosamente nunca fue así entre sus alumnos, los jóvenes saben descifrar el corazón detrás de cada palabra, y ellos fueron, tal vez, los únicos que entendieron realmente a Joselín, por eso lo buscaban, todavía ahora, lo rodeaban con cariño, lo respetaban, lo veneraban.
Joselín dejó de dar clase con su jubilación, y aunque él nunca se quejó, fue seguramente el momento más triste de su vida. Pero ni eso, ni las enfermedades que le han rondado desde entonces, le han apartado del colegio. Cada mañana, puntual, serio, observador, se colocaba en la entrada del colegio, garrota en mano, gorra en la cabeza, gafas caídas en la nariz…, para recibir a las niñas y niños de infantil y primaria. En ellos seguía viendo a sus alumnos, los recibía como el pastor espera y cuenta las ovejas que entran al redil, los miraba como buscando al que faltaba ese día, y para cada uno siempre un comentario, una palabra cortante y seca, pero al igual que aquellos jóvenes de ayer, también los niños saben leer el corazón y abrazarse a esa presencia siempre fiel. Todos vamos a echar de menos a Joselín, pero estoy convencido de que cuando podamos regresar a clase y al colegio, muchos le buscarán junto a la puerta, prestarán oído a las piedras centenarias del colegio, a cada escalón, a las clases y a sus bóvedas, para rescatar las palabras eternas de Joselín que en ellas quedaron prendidas.
Joselín representa cada uno de los valores FEST, y esto no es hablar bien porque haya fallecido, encarnaba esos valores, era reconocido por ellos, los vivió con intensidad y los transmitió a cada uno de sus alumnos con pasión, ninguno de esos alumnos podrá decir que el paso de Joselín por su vida le haya dejado indiferente. Él ya es FEST definitivamente, nos toca tomar su relevo

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