María…en camino para bendecir

Uno de los primeros títulos que las iglesias siriacas dieron a María fue el de Tejedora. La que teje la humanidad en Jesús. La que no rechaza ninguno de los hilos que componen la urdimbre de lo humano.  
 
Deconstrucción de María, para reconstruirla en nuestro tiempo, con una mirada más abarcadora: lo masculino y lo femenino.
 
María como mujer judía y creyente enraizada en la cultura de su tiempo.  De nuestro mismo barro. 
 
¨La mujer, la vida y Dios se mantienen muy cerca. ¿Qué es una mujer? Nadie sabe responder a esta pregunta, ni siquiera Dios que, sin embargo, las conoce por haber sido engendrado por ellas, alimentado por ellas, mecido por ellas, velado y consolado por ellas. Las mujeres no son por completo Dios, les falta muy poco para serlo. Les falta mucho menos que al hombre. Las mujeres son la vida en tanto que la vida es lo más cercano a la risa de Dios. Las mujeres tienen la vida a su cuidado durante la ausencia de Dios…”  (C. Bobin, El bajísimo, 95).
 
Para las primeras comunidades Miriam de Nazaret fue “la que creía”. Ella está al lado de Jesús y a nuestro lado en las dos grandes transformaciones de la vida: el nacimiento y la muerte.
 
4 Iconos bíblicos / 4 Invitaciones:
 
1.-Anunciación: Afirmar la vida  
 
Lc 1, 5-38: María se inserta en esa cadena de mujeres estériles del Antiguo Testamento (Sara, Rebeca, Raquel, Ana…) con las que Dios ha tejido historia de salvación. En ella se nos regalan estas dos palabras para caminar: “Alégrate…no temas”.         
      
“Hágase”. Necesitamos tres síes más uno para crecer, para ser lo que somos: Dos los recibimos y los otros dos los damos.  El primero que recibimos, y a veces el último que descubrimos. Es el primero de Dios a nuestra vida con todo, la afirmación honda que nos tiene en la existencia, en este sí de puro amor respiramos y somos.
 
El segundo es el de aquellos que nos tomaron en brazos al nacer, nuestros primeros cuidadores: nos alimentaron, nos protegieron, nos acompañaron con lo mejor de ellos y también con sus heridas. Su sí nos ha permitido crecer y ocupar nuestro lugar único en el mundo. El tercer sí lo damos. Este a veces nos cuesta más. Es el que nos ofrecemos a nosotros mismos, la asunción de la propia vida en su espesor, en su ambigüedad, con los avatares de su historia, y también con toda su belleza y sus posibilidades aún por estrenar.
El cuarto sí es el que nos hace más parecidos a Dios. Es el que entregamos a los otros para afirmar sus vidas también con todo, sin dejar nada fuera, una afirmación que sana y que potencia. Es el que Isabel dio a María cuando ésta fue a visitarla. Está hecho de reconocimiento, de respeto y de alegría por el trabajo secreto de Dios en cada uno: «Dichosa tú, dichoso tú».
 
2.- Visitación: Ponernos en camino para bendecir
 
Lc 1, 39-56: Después de consentir al deseo de Dios, María se pone en camino a Ain Karem para compartir con Isabel el don recibido. La primera señal de que Dios roza mi vida es que me lleva junto a los otros, me brota bendecir.
¿Cómo se sienten los demás con nosotros? ¿Se sienten bien en nuestra presencia? ¿Se sienten animados a sacar lo mejor?   Un músico de jazz cubano que seguía tocando a los 90 años decía: «el mayor capital de un ser humano es que su vida pueda ser motivo de alegría para otras personas».
 
3.- Caná: Detectar las necesidades 
 
Jn 2, 1-11: María se da cuenta de las realidades que están necesitadas, y le dice a Jesús: «No tienen vino» (2, 3), como si quisiera decirle: «están faltos, carentes de tu vida...» María es quien pone en marcha el proceso de transformación, intuye que las cosas no pueden seguir así.
 
Es la de María una manera de mirar que descubre lo necesitados que estamos de Dios y nos dirá aquellas palabras a las que engancharnos de por vida: «Haced lo que él os diga». 
 
¿Cuáles son los odres viejos que necesito soltar para poder acoger en mí el vino nuevo? ¿He caído en la cuenta de que Dios convierte el mejor vino de mi vida en este momento presente? Lo mejor en mi está por ofrecerse.
 
4.- La cruz:  Estar ahí para los demás
 
 Jn 19, 25-27: “Junto a la cruz de Jesús estaba su madre…”
 
Al comienzo y al final de la vida de Jesús, María estará presente a él y nos enseña esa presencia amorosa que permanece, que quizás no puede hacer nada, no es eficaz, pero precisa “estar ahí” y en ese estar humaniza la vida del otro y la suya propia. 
 
María acoge a Juan y éste la recibirá en su casa y entre sus cosas (cf. Jn 19, 25-27). Y cuando nos sentimos acogidos podemos “recomenzar”. 
 
Existimos porque una mujer nos acogió un día en su cuerpo, y todo cuanto después hemos podido vivir ha derivado de esta primera experiencia de acogida gratuita e inmerecida. María nos enseña cómo ser madres e hijos unos para otros, nos desvela el gran deseo de Jesús que es unirnos, vincularnos, trenzar amistad, sentirnos Uno.  
 
La Anunciación comienza en la casa y Pentecostés ocurre en la casa (Hech 2, 1-41). La presencia de María nos acompaña hacia nuestra casa, nuestro propio interior, y nos empuja desde Dios hacia el futuro. 
 
Pidamos la gracia de recuperar a la María del Magnificat, madre, discípula, y hermana, la que nos enseña a saludar bendiciendo y a caminar cuidando unos de otros; la que nos descubre la acción del Misericordioso en el abajo de la historia: levantando a los que no tienen y a los que no pueden… La que nos ayuda a descubrir hoy el querer de Dios sobre sus criaturas: que nadie esté solo en la vida, que nadie esté sin cariño. 
 
Mariola López Villanueva, rscj
 
Quedada FEST, mayo de 2020
 

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